Hacete una Playlist
- La Señal Música
- 22 ago 2024
- 8 Min. de lectura
por Hugo Fernández Panconi.
Mucho se ha dicho y escrito de la música en relación a las demás artes y a su influencia en distintas sociedades y pueblos del planeta. Según determinados momentos, sus aspectos ─ritual, identitario, funcional, comercial, etcétera─, resultan en mayor medida relevantes para diversos sectores de la humanidad. Y desde que se popularizó como uno de los consumos culturales más difundidos mundialmente, se ha ido adaptando a los diversos soportes que hace proliferar la tecnología, variando con ello también las especies musicales, y sus diferentes usos y modos de consumo.
El que ha pasado un buen tiempo tratando de profundizar tanto en el dominio de ese lenguaje, como en el conocimiento de su rol y función social, con frecuencia se pregunta ¿Qué carajos es “escuchar música”? Porque resulta que hay música para: bailar, entrenar, viajar, limpiar la casa, dormir, reír, llorar, fifar, concentrarse, desnudarse, casarse, abstraerse, castigarse y otra vez, etcétera. ¡Ah, y también hay música para escuchar.
Entre todos los aspectos de la construcción del “gusto” personal, pocos deben resultar tan aleatorios o “a capriccio” como el del gusto musical, ya que, como todos los demás, se va gestando a medida que recorremos la vida, pero cabe recordar que los oídos no tienen párpados y están a merced de lo que, por voluntad ajena o propia, por accidente, por herencia, por trabajo, por educación y otras tantas vicisitudes, llega sonando hasta ellos, y se filtra en variadas proporciones hasta algún lugar especial de nuestra sensibilidad. Origen que en general cuesta reconocer, pues nuestra fidelidad con aquello que nos “gusta” en algún momento, suele confundirnos respecto de las supuestas cualidades objetivas de ésas, nuestras preferencias. Melómanos ─de cualquier género y color─ aparte, las personas en general, rara vez se preguntan cómo llegaron a aquellas, y prefieren ignorar la cantidad de factores que intervinieron en esa dichosa construcción.
Por eso ─luego de este sesudo introito─, en un intento de revelar apenas algunos de los factores intervinientes en mi formación de oyente musical; y de paso para cumplir con una de las recomendaciones de Fernando Infante Lima: “Hugo, hacete una playlist”, comparto a continuación, un ejercicio de memoria emocional que relaciona diversos elementos y recopila una lista, evocadora de algunas de mis primeras “adherencias” musicales.
En mi pueblo después y como evolución del recurso de difundir los eventos sociales y deportivos con un altoparlante sujeto al techo de un automóvil, cuyo chofer a la vez iba convidando a la población a no perderse, por ejemplo: la pelea del “Kid Zurdo”, crédito local, contra el “Asesino del Plumerillo” del pueblo vecino; el partido de fútbol de la Topadora Roja el domingo a las 15 hs. como local contra Pedal Club; la última película de la Coca Sarli con un melindroso tono al decir “El trueno entre las hojas”, o una de acción en el otro cine, el Avenida: La hora 0 (cero), que don Pérez, a la sazón uno de esos propaladores motorizados inmortalizó: “Señora, señor, no deje de ver desde este viernes a la noche, La hora o…”─, crearon una difusora fija, con un estudio central, digamos, y con dos o tres altavoces colocados en sendos postes plantados en esquinas estratégicas, una de las cuales era la del baldío de enfrente de mi casa.
De tal modo muchas tardes de mi infancia y adolescencia (del ’69 al ’79, más o menos) se acompañaron con la musicalización de la difusora “Atuel Publicidad”, que en aquel tiempo comandaba el Cacho Barroso. Mi viejo que fue un camionero que escuchaba a Rivero y a Yupanqui, y cada tanto despuntaba el vicio punteando en su guitarra una cueca o una tonada cuyanas, había dejado dicho alguna vez que todo eso era música “moderna” y, por lo tanto, una mierda. Lo que de entrada me condicionó y confundió bastante. Ya que del gran parlante gris colgado del poste de la esquina solían bajar temas como: “Ojos Azules” o “Las golondrinas” por los Cantores del Alba, junto a otros como “Adiós chico de mi barrio”, “La chica de la boutique”, “Only you”, “Pretty woman”, “Cuando un hombre ama a una mujer”, todos muy pasados y, según el rótulo paterno: música de mierda, digo, moderna.
Pero en este relevamiento, útil para poner en entredicho la famosa afirmación: “en la variedad está el gusto” y que, al mismo ─como ya se dijo─, lo moldean diversos factores, me interesa señalar algunas canciones que se me adhirieron para siempre (tranquilos, no es toda la lista), y que luego reaparecieron imperiosas, causando el mismo efecto de los perfumes, es decir: la recuperación de toda una escena desde el fondo de los recuerdos, o resignificando momentos con una suerte de guiño o salvoconducto entre iniciados. Hete ahí, uno de los grandiosos efectos que tiene el arte de Euterpe.
Runaway por Del Shannon, traducida “Fugitiva” ─haciéndole honor a su nombre─, se me ha fugado tantas veces y otras tantas he querido dar (de nuevo) con ella, que ahora que por fin apareció, posiblemente es la que provoca esta nota. Un día, debo haber tenido 10 u 11 años, tomé coraje y me apersoné en el estudio central de la difusora (funcionaba entonces en un local con vidriera, frente a la terminal de colectivos, donde podíamos ver desde afuera como el mismo Cacho o la Nancy Ramírez, ponían los discos y leían las publicidades de los diversos comercios del pueblo), para pedir un tema que me gustaba y del que no conocía el título, ni el intérprete. Me permití tararear Ay wo wo wooonder, como para orientarlos, pero no me lo adivinaron. Más tarde con algunas lecciones de inglés encima, calculé que si decía wonder (tal el apellido del bueno de Stevie Wonder), podía ser traducido como maravilla. La pesquisa se extendió incluso hasta aparecido el famoso google, pero con esas pobres pistas que tenía, no avancé ni un ápice. Hace unos días veo en una red social un videíto, donde unas parejas de TV del tiempo del blanco y negro se bailan un “foxtrot”, que no era otro que mi querida “Fugitiva” de la difusora del Cacho Barroso, a la que volví inmediata e imposiblemente pedaleando mi Aurorita amarilla, para avisar que era esa canción, la que quiero que me pase...

El otro tema que se me perdió durante mucho tiempo ─y eso que yo tenía el simple─ se llamó acá “Dile”. El original: Tell him, o sea: “Dile a él”. Coincidió su salida con el verano en que una banda de pibes y pibas, nos la pasamos patinando en la flamante vereda del Banco de Previsión Social, donde la más habilidosa sobre las rueditas era también la que me tenía loquito. A esos tempranos amores quedó fijado el tema de The Exiters, que declaraban saber algo sobre el amor...(y que íbamos a tardar un buen rato en aprender, si es que lo hicimos)
Como puede notarse ya desde entonces la mayoría de música circulante para consumo masivo era en inglés. A mediados de los ’70 eso empeoraría aún más por la célebre censura de los milicos. (Dice la Nancy que ellos tenían, para cuidarse, la lista de los temas prohibidos y también la tenían impresa en la comisaría. Horacio Guaraní y Mercedes Sosa, entre tantos otros, desaparecieron de nuestro aire). A pesar de eso, todavía se colaban canciones, de las buenas, en francés y en italiano; en muchos casos adaptadas y traducidas al castellano. He preferido poner las versiones originales, “La boheme” de Aznavour, por ejemplo.
Un caso particular fue la versión en castellano del tema “Sereno es” a cargo del César Segovia, en vivo y en directo desde los mismos micrófonos de la difusora. La aparición del César causó un gran revuelo en el pueblo. Era un año mayor que yo y negro, o afroamericano como dicen ahora. Hijo de una pareja anterior del querido Miguel Segovia, el único afrodescendiente, hasta ese momento, casado con una villatuelina. El César, venía de Buenos Aires con una guitarra electroacústica de caja tornasolada y cuerdas de acero que la mayoría de nosotros solo había visto en fotos. Tenía una voz grave y hermosa; y siendo “de color” onda no le iba a faltar. Bueno, conocí su versión antes que la original del tano Drupi y es la que se me quedó pegada, tanto que yo también la aprendí para cantarla. Nunca pude olvidar la escena con el César actuando y nosotros de público viéndolo desde la vereda a través del vidrio.
De la otra canción italiana que hay que hablar es de la que tiene ese maravilloso estribillo: Eee elll muuuundo, no ha parado ni un momeeee - eenntooo. Pertenece a las que entonces no solo no me gustaban, si no que me parecían hasta molestas. Del mismo Jimmy Fontana pasaban también Che sará “¿Qué será?”. El asunto con Il mondo es que se me reapareció en una postal de la distópica ciudad de Buenos Aires.
Año 2011, barrio de Versalles. Un vecino con problemas de psicosis y los consecuentes disturbios familiares. Cada tanto lo echan a la calle ─cuando se cansan de oírlo gritar y tirar cosas contra la pared de su habitación (suponemos)─. Las temporadas que se pasa afuera duerme en el hall de entrada de su edificio ─desde donde sigue puteando familiares─, o en la esquina de la otra vereda, a la que consiguen desplazarlo a fuerza de amenazas. En esa misma esquina donde yace cagado de frio y tapado con diversos abrigos, han tapizado la pared con un afiche de propaganda del gobierno de la ciudad que reza estúpidamente: “Si estás en situación de calle, escaneá el código QR”. Lo veo a la ida y a la vuelta de mi trabajo, y me parece un chiste tan sórdido que no me cabe en el marulo. Un día paso a su lado hacia mi casa escapando de la garúa. Masculla algo mientras se va enderezando. Unos instantes después, desde atrás y a menos de un metro de distancia, me sobresalta entonando el citado estribillo a toda voz y sonriendo bajo la lluvia. El tipo, en su mundo, me mejora por un ratito el mío. ¿Me creen si les digo que en su mirada me topé con una sonrisa de mis pagos?
Paro acá. Corolario provisorio a considerar (o no):
a) Lo aleatorio y (para mí) significativo de la selección no la vuelve inocente.
b) De la naturalización de escuchar canciones en otro idioma, ¿no nos perdimos de producir y por ende consumir más en nuestro propio idioma?
c) De censurar nuestra lírica popular, ¿quiénes fueron los beneficiarios?
d) Tantas horas de cachondeo musical no pueden resultar inocuas. El bueno de Ica Novo, decía que a nuestro folklore le faltaba sexo, ¿fuimos por sexo y nos quedamos sin folklore?
e) Una consecuencia palpable: el deterioro de la difusión masiva actual. La semana pasada esperando mi turno en la farmacia, no pude dejar de escuchar una letra de articulación
subnormal, que decía: “Vamos a echar un polvito, un rapidito, es lo único que necesito”. Se lo hice notar a la chica que me atendió, y solo atinó a reírse y defenderse diciendo que ponen la música, pero no la están escuchando. He ahí otra función, insospechada.
f) Si “Pon tu cabeza en mi hombro” por seguir con la lista del Cacho, le parecía una mierda, ¿qué diría hoy mi viejo del reggaetón? Personalmente pienso que Rivero es objetivamente mejor que Calamaro (ambos, por ejemplo), y éste es mejor que esa basura que acabo de citar. Entonces, con consumos culturales tan degradados (no es moralina, es pudor elemental), el mercado como creador/dictador y las audiencias rehenes de las aplicaciones, entre otras trampas, ¿por qué nos alarmamos ante la aparición de terraplanistas, canceladores, odiadores rentados, fieles acólitos del método Ponzi, el gobierno de Milei, etc.?
La gestión cultural en países como el nuestro puede ser una puerta para asumirnos como pueblo o una verdadera calamidad. Claro que depende de otras gestiones previas o en paralelo. En todo caso ─y para disculparme si los abrumé─ recomiendo la última “rola” de la lista que, aunque está en inglés, es de una belleza muy necesaria en estos tiempos. Por el gran Johnny Mathis: “La vida es una canción que merece ser cantada.
"La Difusora de Cacho" (playliist)
La Señal Música (spotify)
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