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Bagatela para Piano Preparado y Orquesta Típica

  • Foto del escritor: La Señal Música
    La Señal Música
  • 23 nov 2024
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 28 nov 2024

por Hugo Fernández Panconi.


Dicen que en tiempos de Aristóteles no estaba bien visto si un tipo dedicado a la flauta, por poner un ejemplo, era demasiado bueno en su arte, pues eso indicaba falencias en su crecimiento armónico. La armonía del ser humano (no la musical), demandaba para los griegos un desarrollo integral en todas las facetas: intelectual, física y sentimental. De modo que, si alguien se destacaba demasiado en algo, revelaba que había otras áreas en las que no venía muy bien de papeles. No había que ser genial ni increíblemente bueno en una cosa, bastaba o más bien, era lo óptimo: ser aceptablemente bueno en todas.


De haberse mantenido el precepto nos hubiéramos ahorrado unos cuantos problemas a la hora del picado con faltantes en los equipos: cualquier hijo o hija de vecinos podría haber sido convocado sin temor al escarnio posterior. Asimismo, ninguna banda se hubiera quedado manca del bajo o de la batería… Bastaba con pegarle un chiflido a la flaca que iba pasando que, antes de mandarnos al carajo como es ley ahora, podría sospechar varias otras razones para nuestro interés. Pero bueno, ése no fue el camino del occidente positivista, hoy más bien aquello parece una receta de oriente.


Dada nuestra ubicación geográfica y cultural, a los argentinos de bien, de mal y de peor, nos educaron según los preceptos sarmientinos de Boston. Y para colmo después llegó el “Caarlo” con la ley federal de educación y, entre tantos males derivados, podemos comprobar que cada día son más los partidos suspendidos y ni hablar de la pasmosa escasez de bajistas.


(Hay que reconocer que gracias a eso, entre tantas otras variables, podemos disfrutar por ejemplo, de Syrinx ─y de toda la obra de Debussy─; posiblemente interpretada por un virtuoso que, a la vez, resulte un perfecto imbécil, un pervertido, etc. Apenas si sería un eximio flautista. A este fatuo mundo, parece bastarle con eso. Por otro lado ─el lado de acá─, si asociamos el mentado tinte oriental de “la receta” de marras con nuestros pueblos originarios, se podría pensar y sugerir la sikuriada ─expresión musical colectiva donde se tocan y suenan en ronda; las partes de un solo, gran y mismo instrumento─ como práctica complementaria tendiente a integrarnos más armónicamente).


Obviamente, son casi infinitas las derivaciones que se pueden encarar desde “lo qué hubiera sido si”. Pero no es la intención.


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Como es sabido, entre nosotros garpa mucho más la “especialización” por precoz que sea. La realización personal depende en gran medida de hallar una vocación o un hacer que, aunque nos absorba casi por completo, nos proyecte exitosos, nos haga trascender. Se cuenta que Paco de Lucía terminó la escuela primaria y su padre lo encerró en una pieza con el mandato de salir tocando el flamenco de modo espectacular, tal como de hecho resultó. Abundan ejemplos similares.


Quienes, por falta de condiciones, por pereza o a causa de gobiernos de espanto no lo logran, engrosan la legión de frustrados aspirantes al virtuosismo, en un vasto espectro de “calidades” que va desde la pavorosa mediocridad hasta lo decoroso, con variado grado de (auto)satisfacción.


Uno, que no consiguió descollar como guitarrista ni como centrojás, ha persistido con distinta suerte en esas prácticas, pero siempre recostándose en otras que, si bien tampoco alcanzan ni hacen alcanzar ninguna preminencia, funcionan como vías de escape o de exploración hacia aquella integralidad que pregonaban los helenos (pa’ darse consuelo también hay que esmerarse, che), y ayudan a combatir el esgunfio de no ser un Paco de Lucía. Pero, fundamentalmente, la función de las “actividades complementarias” es combatir el tedio. El lector debe saber que, aunque el aburrimiento es un mal generalizado, a quienes se dedican sólo a pulir una técnica determinada, se les vuelve un enemigo cuasi letal. Y con frecuencia los convierte a ellos mismos en un peligro. Ahí vamos llegando al meollo.


¿Qué hacen para despejarse o huir del embole, quienes se autoexigen a diario en rutinas rigurosas, exclusivas y excluyentes? ¿Puede eso atentar contra la salud y la integridad de quienes los rodean?


Veamos. Tengo entre mis afectos a muchos talentosos músicos, dedicados a lo suyo a tiempo completo, y abundan entre ellos los que, para los fines mencionados, apelan a la broma, la cachada, el chiste cruel; desarrollando y solazándose en un tipo de humor que obliga a citar al maestro Abelardo Castillo, quién hizo foco en “el sarcástico matiz de crueldad del humor de los argentinos que nunca es alegre”. (Habría que disentir en parte, pues puede resultar muy divertido para el bromista, y en algunos casos ─los mejores─ también para el cachado).


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Uno de esos músicos ─famoso en el ambiente y que estratégicamente no debo mandar al frente─, elige como víctimas de sus chanzas precisamente a sus amigos. Su otra noble consideración es que no se complota. Elabora en soledad, quizá apenas acompañado de sus parches y demás instrumentos de percusión. El sujeto en cuestión tiene gran habilidad para imitar voces, acentos e inflexiones (¿esa podría considerarse una actividad complementaria?), y gracias a ese recurso, vía telefónica, nos ha gastado parejo a unos cuantos.


Cierta vez logró convencer a un acordeonista de renombre, de aceptar una grabación donde haría de soporte de “el René Lavand del acordeón” un sueco, virtuoso del instrumento, con el inconveniente de ser manco, que andaba de gira por el mundo registrando algo de las distintas músicas que encontraba y que, de paso por Buenos Aires, necesitaba forzosamente de otro músico para grabar los bajos (la mano izquierda), nada menos que de “La Cumparsita”. El otro ─que no se apioló hasta que el bromista le hizo un segundo llamado, casi para confesarle el chasco─, desistió de la grabación luego de largas negociaciones, porque no aceptó la media tarifa que el representante de Estocolmo (nuestro amigo) le ofrecía “por grabarle una sola mano”.


A otro incauto guitarrista, compañero suyo de giras internacionales, le confirmó, fingiendo ser la recepcionista de un lujoso hotel centroamericano, el envío de un pájaro exótico (de los que adornaban en suntuosa exposición el hall del hotel) a su habitación. El violero se defendió “¿Cuál loro?” “El que usted solicitó, Señor” ─ le contestó amablemente una voz femenina con exagerados melindres caribeños─ “No, no. ¡Qué loro ni loro! Yo no quiero ningún loro” decía el indignado burlado, que ya vigilaba el pasillo temiendo ver aparecer al “botones” con una jaula en la mano.


Yo tampoco me salvé. Me llamaba al departamento que ocupé durante un tiempo, frente al Hospital Italiano, haciéndose pasar por la abuela sorda de la dueña de la propiedad. Arrancaba a los gritos “Hola Romina… Rominaa…” Yo atendía con el típico “Hola” que el muy guacho ignoraba para, después y sin escuchar mis explicaciones del tipo: “ella no está, no vive acá, etc.”, entrar en un paroxismo interminable. “Usted quién es?, yo quiero hablar con Romina, ¿dónde está mi nietaaaaa? Rominaaa, Rominaaaa…” Hasta que le colgaba. Me tuvo tres noches con eso, el ingenioso hijo del tedio que acarrea la solitaria práctica de los paradiddles.


Saludando al amigo y rindiéndole un sentido homenaje al teléfono fijo y a su tiempo; pasemos a otros casos menos felices.


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Otro querido amigo guitarrista que ya no está entre nosotros, padeciente crónico de sinusitis, integró una comitiva de tangueros para actuar un mes en Japón. Sabido es que muchos de los que sufren esa enfermedad suelen percibir la fetidez del moco acumulado en sus senos frontales. Quizá comentó algo sobre esa situación, alguna vez o quizá se le escapó a su compañero de número frente a los otros músicos; el caso es que entre un par de piolas que seguramente se aburrían en los hoteles de la gira, entre toque y toque, comenzaron a quejarse del olor que había. Así, de la nada y en cualquier lugar decían “La pucha, che, ¡qué baranda!” o “Come spuzza, mamma”, y expresiones por estilo, en los momentos en que estaban todos reunidos e incluso hasta en el escenario o detrás del mismo, cuando mi amigo aparecía. El desdichado concluyó que era él quien largaba el desagradable olor que afectaba a todos y volvió de la amarga gira convencido de ello. Le costó meses recuperarse. No lo pudimos convencer, hasta que se operó, de que, el olor que él sentía, no emanaba de su persona hacia el afuera.


Hay otro caso de sugestión, quizás más jodido. Se trata de un pianista joven, del interior de la provincia de Santa Fe, que vivía en una pensión donde le permitían tener un piano vertical y, además, practicar un par de horas todos los días. Sus compañeros de pensión, también estudiantes de música, y con varias horas al pedo, le intervinieron el viejo piano vía taladro y riendas de tanza transparente que accionaban por las noches desde un cuarto contiguo, ejecutando (mal) el arpegio inicial del Nocturno Nº 1 en Si bemol menor de Chopin. Obra que el pianista estudiaba durante el día. La broma se prolongó más allá del mes que los perpetradores tardaron en revelarla, cuando vieron que la víctima entraba en un estado de taciturnidad alarmante. No se sabe si aquello fue el motivo del abandono de la carrera del aspirante a concertista, pero un conocido en común lo encontró años después y mientras compartían un café, el devenido empleado bancario le confió que, aunque en general le iba bastante bien, había noches en que seguía escuchando el piano.


La escucha de la ecléctica lista de temas elegidos, puede amortiguar (o no) lo relatado, mientras cerramos la estampa con algunas recomendaciones.


Más allá de las exigencias a que cada uno se someta (por voluntad propia), insistir en evitar a toda costa el aburrimiento, como en cuidarse del cariño de ciertas amistades y ─sin menoscabar ni abandonar nunca la búsqueda de la perfección─, no dejar de atender ese asunto del desarrollo integral de cada una de las facetas personales.

Eso, creo, ayudaría a sobrellevar mejor algunos fracasos magnificados y a evitar el abuso (todo es saludable en su justa medida) de paliativos como: las drogas y el alcohol, la tortilla de papas y el flan casero, la pornografía online y el humor impiadoso.



"Bagatela para Piano Preparado y Orquesta Típica" (playlist)


Hugo Fernández Panconi (Spotify)




La Señal Música (Spotify)



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