Las Sectas del Gusto
- La Señal Música
- 23 feb
- 7 Min. de lectura
por Hugo Fernández Panconi.
El "Tuchi" Santucho, amigo de Pergamino que se acuerda que uno, en su juventud fue alumno de Tito Francia, me manda por chat, una foto con un pie que dice: “62 años del Nuevo Cancionero, donde lo nuestro se hizo canción”; con motivo del aniversario de la publicación del célebre Manifiesto, firmado entre otros, por el maestro querido, Armando Tejada Gómez y Mercedes Sosa. En la fotografía, tomada a propósito para la movida de prensa de aquella iniciativa, aparecen también los menos conocidos Juan Carlos Sedero, Pedro Horacio Tusoli, Víctor Nieto, y Oscar Matus. (Otros firmantes que no aparecen y son totalmente ignotos para mí, fueron: Martín Ochoa, David Caballero, Perla Barta, Chango Leal, Graciela Lucero, Clide Villegas, Emilio Crosetti y Eduardo Aragón).
Después de agradecerle el envío al "Tuchi", me viene a la memoria una anécdota que solía evocar don Tito. Su amigo personal, el pianista Juan Carlos el "Chalo" Sedero (primero de los músicos, de pie y a la izquierda de la imagen), era fana de Los Beatles y parece que exteriorizando sus elogios ─a veces muy bien fundamentados en las osadas armonías que la banda aplicaba a la música pop de entonces─ quería cooptar al maestro para esa secta. Y Francia (que recordaba aquello, muy divertido), le decía que no podía entender como un tipo que, sentado al piano y hablando de cualquier cosa ─boludeando digamos─, se tocaba las 32 sonatas de Beethoven, tuviera el gusto musical tan relajado.
La humorada, que es parte del legado recibido, nos lleva (una vez más) a la cuestión del gusto que, ya sabemos, cada quien lo construye con lo que tiene a mano (al alcance del oído) y mayoritariamente, en forma bastante chapucera. La fidelización en los gustos musicales (como reflejo sectario más que gregario) es un fenómeno empobrecedor porque reduce lo creado en la vastedad del universo musical a un puñado de planetas y eso, en el mejor de los casos (la figura permite comparar ciertas propuestas musicales con cometas, meteoritos y, por qué no, con el polvo espacial). Dicha fidelización (la música preferida) genera una militancia del gusto, que por supuesto siempre se tiene por bueno y busca imponerse a otras militancias y otros gustos.
Aunque en mi época de estudiante de guitarra, yo había escuchado tan poco al músico de Boon (que la mayoría del público recuerda porque tenía una quinta y por su sordera), como a los cuatro de Liverpool; hoy me parece una tontería tener que elegir entre uno u otro. (Trasladada a estos tiempos, con lo que hoy se consume masivamente, aquella controversia no deja de dar cierta envidia). Más bien uno aprende que la vida tiene tan diversos momentos como acompañamientos musicales puede disponer. (Voto a Marcos Zucker y su “No me falles Papetti”).
No obstante, y un poco más en serio, creo que cada individuo como perteneciente a una cultura, debe poder poseer lo que de ella lo identifica y particulariza. Si bien no una militancia, al menos una unidad (en el sentir) básica, desde donde absorber y relacionar diversas impresiones.
pero, parafraseando a don Borges: "Esas cosas no son, otra es nuestra suerte”.
Cuando surgió el Nuevo Cancionero, por ejemplo, la población argentina tenía muy a su alcance y cercanas, las expresiones populares (no sólo del país sino de varias zonas de la América hispano parlante) que la enriquecían en su sensibilidad y la afirmaban en su identidad. Eran tiempos en que los medios de comunicación difundían mayoritariamente el producido de la propia expresión popular, tanto anónima como de autor. Ese fenómeno se fue modificando década tras década, hasta que la radio y los demás medios se volvieron herramientas primero de la industria cultural hegemónica y luego del mercado globalizado. Situación que a todas luces homogeneizó identidades y empobreció sensibilidades, licuando las características particulares de cada pueblo, tendiendo hacia productos culturales cada vez más similares entre sí. Así que, de nuevo, ojalá hoy estuviéramos en la disyuntiva de Beethoven o Beatles y en el tiempo en que el tango hacía roncha en las Europas y la música nativa (lo que llamamos folklore) generaba iniciativas como las del NC., y se alumbraban “zambas azules” y “canciones con todos” …

Yendo ahora al NC y su “manifiesto” (a propósito, un usuario de esta red social comentó en una publicación: “en los ’60 había un manifiesto hasta para tomar la leche”) surgido como se dijo en el “apogeo circulatorio” de las expresiones populares prácticamente a nivel mundial, buscaba una herramienta para introducirse bien posicionado, en el entonces floreciente mercado de la música vernácula. Debo decir ─con el respeto y la admiración que me merecen sus integrantes y el producido musical que nos legaron─ que, no deja de parecerme una movida de prensa, con un énfasis declarativo que camufla sin disimular, una militancia política dentro de la cultural. (Acá se nos mezclan los gustos con los bustos porque se revela la presencia del PC argentino).
Con la pompa que acostumbran los camaradas, se nos manifiesta una jerarquía de valores que debemos aceptar por su autoridad enunciativa.
El análisis que abre el documento ─escrito en su totalidad por Armando Tejada Gómez─, resulta en mi opinión, más interesante (o ha envejecido mejor), que la “propuesta” del manifiesto. No al cuete se apoya en Buenaventura Luna (Eusebio Dojorti), quien ya venía reflexionando sobre la implicancia e importancia de la expresión popular nativa, en las posibilidades de autoafirmación del pueblo argentino. Pero cierto tufillo a vanguardia esclarecida presente en los enunciados de la segunda parte, deschava un pretencioso oportunismo:
“Nosotros afirmamos que este resurgimiento de la música popular nativa, no es un hecho circunstancial, sino una toma de conciencia del pueblo argentino... Que no le escamoteen ni al artista ni a su pueblo, esta toma de conciencia, es lo que se propone el NC.”
¿La supuesta toma de conciencia del pueblo argentino no tendría más que ver con otro resurgimiento? ¿El de la Argentina como país que, en los años sesenta todavía gozaba del coletazo del “hecho maldito del país burgués”?
En otro lugar, la propuesta declara que:
“Rechaza a todo regionalismo cerrado... () Se propone depurar de convencionalismos y tabúes tradicionalistas a ultranza, el patrimonio musical... () Desechará... toda producción burda y subalterna que, con finalidad mercantil, intente enrarecer tanto la inteligencia como la moral de nuestro pueblo...”

Autoerigidos como Comisarios Culturales (¿por ingenuidad o por costumbre de la época?) caen en un error pasmoso: pretender que lo “depurado” o más elaborado técnicamente, o perteneciente a un autor, etc., adquiere por sí, mayor valor en la representatividad popular que lo “tradicional a ultranza” o “regional cerrado” en el patrimonio musical argentino. A categorías fijas o fijadas según su gusto y caracterización, ¿le anteponen el superior candado de sus propias categorías?
Para dejarlo más claro y forzando una/otra jerarquía arbitraria: si las letras comprometidas con la dura realidad de los pobres de todo el país y del sur del continente, tienen un valor extraordinario; a la hora de definir y defender identidades en juego (bajo la amenaza de cualquier capricho de mercado o de la tradicional imbecilidad de las oligarquías locales), creo que son tanto o más valiosas las expresiones que surgieron de la contribución anónima de los diversos pueblos y regiones que nos componen. Así le canten al rocío de la mañana o al cardo. Y en ellas, son las formas musicales, forjadas en el fragor popular con todas sus influencias, las que nos definen culturalmente (o así debiera ser), mucho antes que cualquier ideología. (Por si algún mamado se confunde, aclaro que yo también soy fana de Silvio Rodríguez).
El manifiesto concluye:
“El NUEVO CANCIONERO luchará por convertir la presente adhesión del pueblo argentino hacia su canto nacional, en un valor cultural inalienable. Afirma que el arte, como la vida, debe estar en permanente transformación y por eso, busca integrar el cancionero popular al desarrollo creador del pueblo todo para acompañarlo en su destino, expresando sus sueños, sus alegrías, sus luchas y sus esperanzas.”
Afirmaciones que, si hoy nos identifican, es en su candor y en la nostalgia del futuro de antes. Otros innovadores de otras regiones del país no sintieron la necesidad de una carta de intención para fidelizar seguidores por cuestiones extra musicales. Se abocaron a la tarea: tomar el legado del acervo musical y crear a partir de ahí con toda la data (los códigos de lenguaje) de que disponían. Comparable en honestidad intelectual, a lo creado anónimamente por los antepasados que apenas sabrían silbar quizás. O quizás no, puesto que hay más de supuesto que de sabido, en los recorridos de los “portadores del código” y de las modificaciones que ese saber produjo en el revoltijo de gentes del que somos resultado.
Échenle si gustan, orejas a la playlist y cerremos con el “Chalo” Sedero que inspiró estas líneas con su actitud y aptitud no sectarias, a favor de la diversidad y en contra del monocultivo. Porque como a la gran mayoría de los músicos que conozco, y me incluyo ─al margen del género musical en que nos desarrollemos─, nos gusta o interesa casi todo tipo de música. Especialmente aquella que nos conmueve, más allá de las procedencias y diferencias de credo, raza, tiempo y lugar. (La expresión artística en general y la musical en particular, son de esas maravillas que la humanidad, en su devenir, ha parido a su favor y que tal vez, a más de uno, nos salva).

En cuanto a lo que concretamente podemos interpretar, puede que el repertorio se vuelva más ecléctico, pero, si es en una ocasión informal (como el “Chalo” cuando boludeaba sobre su fondo de Ludwig van), no será menos variado porque ahí estarán presentes las melodías de infancia, lo que suena en la radio, lo aprendido del contacto con otras culturas y lo que quieran cantar los que están en la ronda. Ni hablar si además te convidan un traguito.
¡Salud y que en salud se nos convierta!
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